la verba salvaje

de Otto Wald

son otros los locos

Gato puto

Se levantó algo sobresaltado. Con el vago recuerdo de una pesadilla entre las orejas. No recordaba nada del sueño, solo la angustia.

Miró el reloj. Tarde otra vez. “¡La puta que lo parió!”, dijo tirando las sábanas al piso.

Apuró un pis y una cepillada de dientes, y se vistió en un segundo. Nunca le tomaba mucho mas que un segundo pero no le gustaba sentirse apurado.

De camino a la cocina pasó por el living. Inevitable en su dos ambientes. En el sillón estaba el gato, que lo miró fijo como siempre. “Gato puto”, le dijo. Pero el gato ni se inmutó.

Aunque era tarde el desayuno era impostergable. Puso la pava en el fuego y las tostadas en la plancha. No tenía tostadora. No tenía pava eléctrica. No tenía microondas. Solo se había quedado con un gato para odiar. En la heladera había pan lactal y manteca. Y nada mas.

Mientras se enfriaba el té untó las tostadas. Las comió parado en la cocina, tomó el té y se preparó para un nuevo día de mierda.

Salió de la cocina. Mientras el gato lo seguía con la mirada recorrió el pasillo, abrió la puerta y se levantó algo sobresaltado.

“Qué sueño raro”, pensó, aunque el recuerdo era neblinoso. Se acordaba del gato, que lo miraba. Y del desayuno apurado.

Miró el reloj, tarde otra vez. “¡La concha de la lora!”, dijo mientras se sacudía las sábanas y el letargo.

Fue al baño, pis y dientes. Se cambió rápido como siempre, pero enojado como cuando se sentía apurado.

Pensó en salir directo para el trabajo, pero el desayuno no se negocia. Sin desayuno no se puede vivir, pensaba.

Pasó por el living. Qué gato de mierda murmuró cuando lo vio recostado, sin apuros, en el sillón.

El gato le respondió con una mirada de felina indiferencia.

Entró en la cocina y abrió la heladera que le devolvió pan lactal y manteca. Prendió la pava. Arrebató las tostadas, se quemó con el té. Y enfiló para la puerta. “Chau, puto” le dijo al gato, salió y se levantó sobresaltado.

La pesadilla era vívida y ahora dudaba si estaba dormido o despierto. Miró el reloj. “Puta madre”, gritó. Corrió a la cocina pero las ganas lo llevaron al baño. Pis y dientes. Se cambió algo preocupado, ya no tanto por el horario como por la duda. Cruzaron miradas con el gato. Se odiaron telepáticamente y entró a la cocina. Quiso irse, huir, cambiar el orden del destino.

Cuando quiso salir al pasillo, abrió la puerta de la heladera. Mientras pensaba en sacar las llaves del bolsillo untaba las tostadas. Ya resignado apuró el té, y se le permtió salir de la cocina. Saludó al gato antes de salir: “Gato de mierda”. Lentamente y con temor agarró el picaporte, abrió la puerta, miró el pasillo vacío, atravesó la puerta y se levantó aterrorizado.

Vio el reloj, tiró las sábanas y corrió hacia la puerta. Terminó en el baño. Pis y dientes. Corrió al living para ir a la pieza. Se cambió en un segundo, como siempre. Al pasar por el living se sorprendió al ver al gato. “¿Se está riendo?”, se preguntó. “¡Este hijo de puta se está riendo!”.

Pensó que estaba enloqueciendo pero no podía dejar de ver una sonrisa burlona en la cara del gato. Quiso tirarle algo pero entró a la cocina. Quiso huir y sacó el pan de la heladera. Quiso gritar y prendió la pava. Resignado, tomó con calma el desayuno. Salió al pasillo, cruzó miradas con el gato. “Chau conchudo”. Abrió la puerta y se levantó algo desconcertado.

Miró el reloj pero no había nada. Ajustó la vista y se dio cuenta de que estaba en el living. En el sillón. Se tranquilizó. No sabía la hora, pero no le importó. Se quitó la pereza estirando el cuerpo. Luego sintió todo su peso en el sillón. Estaba feliz, parecía un domingo y que el lunes era feriado. La pesadilla había terminado.

Pensó en no ir al trabajo, en llamar y decir que estaba enfermo. Por un lado era cierto pensó, se había sentido al borde de la locura.

Mientras se lamía la pata se vio pasar apurado hacia el baño. Sorprendentemente no le importó. Luego se vio atravesar el living, cruzó miradas consigo mismo. Recibió su insulto matinal. Se rió mientras se veía entrar a la cocina.

Se vio salir apurado, aunque no se privó de insultarse. “Gato puto”. Se acomodó en el sillón sin preocupaciones. Se sintió en paz.