la verba salvaje

de Otto Wald

son otros los locos

Gritar

El orificio anal de Lucía estaba a punto de lograr la dilatación suficiente para que la penetración fuera total.

"Solo la puntita", había dicho Jorge pero ambos sabían que esa era la mentira más repetida en la historia de la humanidad. Jorge se hacía el inmóvil, pero suave y firmemente apretaba los glúteos y empujaba para ayudar al culo generoso y abnegado de Lucía a abrirse.

Lucía puteaba en colores. Quería gritar pero no podía, no salía. Se preguntaba si la hija de puta que había escrito el libro que tanto hablaba del placer anal se había metido un lagarto en el orto alguna vez. Las miles de terminales de placer, el consentimiento mutuo, la suavidad, la lubricación... puro verso pensaba. Seguro lo escribió un tipo camuflado para convencer a las mujeres para que entreguen.

El dolor dolía mucho. De eso no hablaba el puto libro. Dolía tanto que tampoco quería que le vaciaran el culo. Solo quería que Jorge se quedara quieto. Y él, obediente, fingía que no se movía. Pero la verga seguía empujando y el culo se seguía abriendo. Le dolía también  haberse peleado con Sergio. Le dolía que no la entendiera, que fuera tan posesivo. Dolía que cada uno quisiera vivir la vida de otra manera.

Lucía se abrió un poco más mientras Sergio abría la puerta de la casa de ambos. La puerta del hogar que desde hacía dos años había creado con Lucía. El amor de su vida. A la mañana se habían peleado feo y quería reconciliarse. Por eso volvía un par de horas antes del laburo. Las reconciliaciones siempre eran gloriosas. La culpa de la pelea había sido suya, lo reconocía. Sus celos siempre lo sacaban. Se había pasado y quería disculparse. Y ver si en el fragor de la disculpa, finalmente Lucía accedía a lo que él siempre le pedía.

"Ya casi entró toda", dijo Jorge y Lucía gimió. Ya no sabía ni dónde estaba. El dolor se había transformado en otra cosa, que no llegaba a entender. En el espejo se reflejaba una escena caliente que ella no veía porque no se animaba a abrir los ojos. Jorge si miraba. Miraba con mucha atención, miraba fuerte.

Sergio entró al living, expectante. Tenía pensadas las palabras. Había imaginado cada posible reacción de Lucía. Confiaba en el perdón y en que terminarían en la cama, felices y satisfechos. Como siempre.

Le extrañó no verla en el living. Era el lugar de vida de la casa. Donde pasaban las horas. Donde Lucía trabajaba, descansaba, leía o veía tele. El cuarto era para la noche, para ellos. El silencio de la casa lo preocupó. Enfiló para la habitación.

"Entró toda", susurró Jorge y Lucía explotó. El orgasmo de Lucía latía en el pene de Jorge, que la llenó de amor cremoso. Lucía gritó. Al fin gritó. Dejó salir su grito. Dejó salir muchas más cosas en el grito. Gritó con fuerza, con placer, con alegría, con dolor. Soltó la almohada y rugió como una yegua. Desbocada y salvaje. En éxtasis, con el culo dolorido y el cuerpo sísmico abrió los ojos. Giró para besarse con su amante taladro. Sergio abrió la puerta de la habitación y se sorprendió. Solo una nota. "Me fui a Pilates y ceno con Claudia, pedite algo para comer". Parece que esta vez se enojó de verdad, pensó.

"Mucho mejor en un telo" dijo Jorge. "Acá se puede gritar", sonrió Lucía.