Renata maldecía su suerte. «Todos los bebés son hermosos», repetía todo el mundo. Pero el de ella era horrible. Horrible. Feo como un mono. Como un mono feo. Como un mono de esos con el culo rojo. La cara de su bebé era como el culo rojo. Horrible. Hay monos lindos, pero no su bebé. Era feo como culo rojo de mono.
«Y eso que todavía estoy bajo los efectos de la oxitocina del parto», reflexionaba preocupada. Si así de feo lo veía ella, cómo lo verían los demás. Hacía semanas que no salía a la calle por miedo a la reacción de la gente. No quería que a nadie se le atragante un «¡es hermoso!». Casi desde el parto que no salía. Desde que Carlos se fue, dejó de salir a la calle. Tres o cuatro semanas. ¿Cinco? Desde que él huyó espantado por la fealdad de su hijo. «Pobre, él no tenía oxitocina», pensaba Renata.
De tan feo que era le costaba quererlo. Le costaba reconocerlo pero le costaba quererlo. Y a medida que pasaban los días se iba poniendo más feo y más le costaba. «¡Es imposible darle el pecho a un culo de mono!», se justificaba Renata. Estaba desesperada.
Entonces tuvo la genial idea: más oxitocina, la droga del amor. Para el parto le habían dado, que le den un poco más. Era imprescindible. Necesitaba ver a su culo rojo de mono menos feo. Para poder quererlo un poco, mimarlo, cuidarlo con amor. Con el amor que ya se le había acabado hacía rato.
Fue a ver a su obstetra con su hijo oculto bajo la capota del cochecito de bebé. A pesar del calor el carrito estaba cerrado completamente. El médico la escuchaba y su cara no terminaba de decidirse entre la incredulidad o la rabia ante una mujer tan frívola.
—Todos los bebés son hermosos —dijo el doctor una vez más.
—Vea, vea —insistía Renata.
Cuando abrió la capota un olor a mil monos de culo rojo le partió la nariz al médico. La cara se decidió definitivamente por el asco. El médico se paró y se fue como pudo a la recepción. "Ya vengo, quédese acá", alcanzó a decirle a Renata.
—Está loca... Está muerto... Está loca... No se da cuenta... —le decía el doctor al teléfono. Vomitó tres veces mientras hablaba con la policía.