—¿Cómo te llamás?
—Fernardo
—¿Fernando?
—No, Fernardo
—¿Eso es un nombre?
—No, tenés razón. Me dicen Fernardo. Lo que pasa es que me llamo Fernando Bernardo. Pero de chiquito me dicen así y ya me acostumbré.
—¿Y a quién se le ocurrió lo de Fernardo?
—Siempre hay un tío gracioso en la familia. Pero no te preocupes ya lo asumí.
—Es que Fernardo es horrible, perdoname la sinceridad. Fernando es lindo y Bernardo zafa. Te cagó la vida tu tío.
—Bueno, no es para tanto. Estudio, trabajo, tengo amigos...
—¿Novia tenés?
—No.
—¡Claro con ese nombre!
—¿Te parece que es por el nombre? Yo pensaba que era por los granos. Pero ahora que lo decís puede ser. Voy a volver a Fernando a secas.
—Ya que vas a cambiar por qué no vas por algo más radical. Tipo Boris o Mirko. Tienen toda la onda.
—Tenés razón. ¡Con un nombre copado voy a tener todas la minas! Qué nabo, y yo torturándome en la dermatóloga cuatro veces por semana. ¡Sos una genia! ¿Cómo te llamás?
—Gertrudis.
—¿En serio?
—Sí, ¿qué tiene? Es recopado.
—Bueno, ¡mil gracias Gertru!
—¡Gertru las pelotas pelotudo! Yo soy Trudy.