Lo despertaron las ganas de hacer pis. Era de noche todavía, pero el ruido del tren le decía que ya habían pasado las cinco de la mañana. Al volver del baño se dio cuenta de que era domingo y la felicidad le invadió el cuerpo. Puedo dormir a hasta cualquier hora, le dijo a la habitación vacía. Pero no pudo volver a conciliar el sueño.
Luego de un rato boca arriba giró sobre su derecha. Al menos puedo hacer fiaca hasta la hora que quiera, nadie me jode, se consoló. Hacía tiempo que dormía solo, hacía tiempo que nadie lo jodía. Hacía tiempo que no jodía a nadie. Afuera llovía fuerte. Desde Laura que nadie lo jodía. Ella dormía plácidamente en su departamento de Caballito, a un par de kilómetros de distancia. Laura abrió un ojo, sintió el canto de las gotas y siguió soñando.
Dejaron de verse hace seis meses, luego de varias idas y vueltas. Se puso boca arriba, buscando recuerdos en el techo. Era buena mina Laura, me bancaba, pensó. Giró sobre su lado izquierdo y prendió la radio. Los techos no son buena compañía las mañanas de domingos lluviosos. El día amagaba empezar. “Laura no está, Laura se fue, Laura se escapa de mi vida...” le dice el parlante simulando la voz de Nek. Parece joda. Un mosquito le zumba en la oreja. Decide pasarse a la AM.
Piensa en llamarla y lo descarta de inmediato. No terminaron bien. El rotativo del aire de Radio Rivadavia canta las ocho. Despierto un domingo a las ocho, hay que ser boludo, dice en voz alta. Al mosquito no le importó. No vivieron juntos, pero si pasaban noches en la casa de uno u otro. Dormían cucharita y amanecían contracturados y malhumorados. A ella se le pasaba enseguida, a él la contractura le duraba un día y el mal humor toda la semana.
A ella le gustaba madrugar, incluso los domingos. Odiaba quedarse remoloneando en la cama. Odiaba también la AM, lo cual era mucho más comprensible. Él estaba resuelto a quedarse en la cama al menos hasta las once. Le parecía un pecado mortal levantarse antes un domingo. Y la lluvia pedía fiaca a gritos. Los trenes ya pasaban más seguido, los autos ya hacían ruido, la calle empezaba a despertarse, el día había empezado oficialmente. Las noticias de las nueve y treinta parecían hablar de otro país, de otro planeta, de un universo paralelo.
Hasta los ronquidos me bancaba, pensó. Los ronquidos se curan durmiendo solo, pensó y su risa rebotó en las paredes del cuarto. Las paredes no tienen sentido del humor. Ya le dolía la espalda y el cuello, se puso boca abajo. Laura le hubiera festejado el chiste. Tenía la risa fácil. A veces algo estridente, no se puede todo en la vida.
Pero vivir solo no lo cambiaba por nada. Poder mirar el techo un domingo a la mañana sin que nadie te obligue a levantarte porque te preparó el desayuno, sin tener que ir a pasear por el parque, a ver un museo, al cine. Seguro que ella hace rato estaba levantada, seguro ya había ido a desayunar al Malba y tenía planes para todo el día. Las noticias de las diez anuncian una feria gastronómica en los bosques de Palermo. Seguro que Laurita va a ir. Se acurrucó en la cama disfrutando del roce de las sábanas.
Laura se levantó y vio la hora sorprendida, hacía rato que no dormía tanto ni tan bien. Seguía poniéndose tapones en los oídos por costumbre, ya no los necesitaba. Se hizo unos mates, unas tostadas y se sentó a leer. Se sentía en paz, aunque lo extrañaba. No se explicaba por qué.
Manoteó el control remoto de la mesita de luz. Ya había empezado la maratón de fútbol europeo. Acomodó la almohada, se sacudió los ojos y repasó los canales de deportes para ver cuál era la opción menos peor. A Laura no le gustaba el fútbol, le era indiferente en realidad. Cuando el mataba la depresión embobado en la TV ella se iba a leer, ¡hasta eso le respetaba!
¿Por qué la había dejado ir? Realmente había hecho todo lo posible por arruinarlo, recordaba. Ya era tarde, Liverpool - West Ham estaban en el entretiempo, ya era un horario prudente para levantarse un domingo. Además le dio hambre, ya eran las doce. Se levantó, se tomó un café y volvió a la cama. Juventus - Nápoli acababa de empezar.