la verba salvaje

de Otto Wald

son otros los locos

Luciérnagas eléctricas asesinas

Estaba sentado en la esquina. Lo ocultaba la sombra en la noche. Murmuraba. Cada tanto hablaba. Cada tanto gritaba.

-¿No se dan cuenta? ¿Son ciegos? Están matando a los soles - pensó que pensó pero dijo.

La gente no lo veía, ni lo escuchaba. Si algún distraído se olvidaba de ignorarlo, en cuanto se daba cuenta desviaba la vista y apuraba el paso.

Putas luciérnagas eléctricas. Cómo hacen para matar a los soles, se preguntaba. Tan chiquitas, tan insignificantes. Pálidas luces titilantes aniquilando majestuosas bolas de fuego celestiales. Cómo hacen, insistía.

-Putas luciérnagas eléctricas - murmuró.

Los autos pasaban y pasaban, indiferentes. Indiferentes a él, indiferents al frío, a la noche, a la vida. Los faroles callejeros iluminaban el asfalto, las piedras, la miseria y la estupidez humana. Nadie se preocupa por lo que la noche oculta, se dijo en voz alta.

Apuró su caja de vino y la tiró al medio de la vereda. A nadie le importó. Miraba fijo al cielo, negro y vacío.

Miraba fijo los faroles, miraba fijo a los autos y sus luces. No miraba a la gente. Intentaba ver lo que la luz oculta.

Cómo hacen, se obsesionaba. Será que en realidad nos matan a nosotros. Será que arruinan nuestro cerebro, nuestra percepción. Será que se comen nuestra alma. Serán que son diabólicas, o serán extraterrestres conquistándonos. Primero matan nuestros soles, y luego, y luego, y luego... le costaba seguir el hilo de sus pensamientos.

Se levantó y empezó a caminar por la avenida zigsagueante. No se preocupaba por esquivar a los peatones. Ellos si se esforzaban por esquivarlo él. Les importa mas esquivarme que quedarse sin soles, les decía a esos seres ciegos, sordos y mudos.

Caminaba y caminaba por la avenida. Escarbaba el cielo, buscando soles. Sabía que cada vez había menos. Miraba la calle, odiando al mundo y a las luciérnagas eléctricas asesinas.