Estaba sentado en la esquina. Lo ocultaba la sombra en la noche. Murmuraba. Cada tanto hablaba. Cada tanto gritaba.
-¿No se dan cuenta? ¿Son ciegos? Están matando a los soles - pensó que pensó pero dijo.
La gente no lo veía, ni lo escuchaba. Si algún distraído se olvidaba de ignorarlo, en cuanto se daba cuenta desviaba la vista y apuraba el paso.
Putas luciérnagas eléctricas. Cómo hacen para matar a los soles, se preguntaba. Tan chiquitas, tan insignificantes. Pálidas luces titilantes aniquilando majestuosas bolas de fuego celestiales. Cómo hacen, insistía.
-Putas luciérnagas eléctricas - murmuró.
Los autos pasaban y pasaban, indiferentes. Indiferentes a él, indiferents al frío, a la noche, a la vida. Los faroles callejeros iluminaban el asfalto, las piedras, la miseria y la estupidez humana. Nadie se preocupa por lo que la noche oculta, se dijo en voz alta.
Apuró su caja de vino y la tiró al medio de la vereda. A nadie le importó. Miraba fijo al cielo, negro y vacío.
Miraba fijo los faroles, miraba fijo a los autos y sus luces. No miraba a la gente. Intentaba ver lo que la luz oculta.
Cómo hacen, se obsesionaba. Será que en realidad nos matan a nosotros. Será que arruinan nuestro cerebro, nuestra percepción. Será que se comen nuestra alma. Serán que son diabólicas, o serán extraterrestres conquistándonos. Primero matan nuestros soles, y luego, y luego, y luego... le costaba seguir el hilo de sus pensamientos.
Se levantó y empezó a caminar por la avenida zigsagueante. No se preocupaba por esquivar a los peatones. Ellos si se esforzaban por esquivarlo él. Les importa mas esquivarme que quedarse sin soles, les decía a esos seres ciegos, sordos y mudos.
Caminaba y caminaba por la avenida. Escarbaba el cielo, buscando soles. Sabía que cada vez había menos. Miraba la calle, odiando al mundo y a las luciérnagas eléctricas asesinas.