Siempre salen solos. Sin embargo, son seguidos de cerca, sigilosamente. No saben que los siguen. No lo sienten. No perciben que pasos pequeños y presurosos los persiguen. Los perseguidores no piensan pedir permiso. Si lo pidieran serían poco profesionales. Para poder posicionarse, arman coartadas cortas que solo creen quienes quieren creer. Si solo un poco preguntara algún curioso pronto perderían su preciada posición de perseguidores. Y, posiblemente, serían perseguidos.