la verba salvaje

de Otto Wald

yo soy mi otro yo

Vocación

A Rubén siempre le gustó hacer daño. Principalmente físico. Pero si no era posible, el daño psicológico también lo reconfortaba. Ya desde niño, torturar insectos, empalar sapos, lastimar algún perro o gato medio torpes, eran sus actividades favoritas.

Esta maldad natural contrastaba con sus buenas maneras y su comportamiento en su casa, a la vista de sus padres o cuidadores. Lo mismo en el colegio, donde era un niño ejemplar. Siempre que estuviera a la vista de los adultos responsables.

El sufrimiento ajeno en general le causaba placer, pero si ese sufrimiento lo causaba él, le provocaba éxtasis.

Su infinito gusto por generar dolor era inversamente proporcional a su capacidad de inflinjirlo. Bajito, flaco, de contextura insignificante. Solo podía provocar el temor de animales pequeños. Rápidamente se dio cuenta de que no podía lastimar físicamente ni a la niña mas diminuta del grado.

Generar ardides y trampas tampoco eran lo suyo. Siempre era descubierto. Los adultos nunca creían que Rubencito, tan buenito, fuera el culpable. Pero sus pares si lo sabían y terminaba todo muy mal para él.

Sos dotes de torturador psicológico eran nulas también. Ya más grandecito, quiso imitar algunos personajes nefastos. Intentaba trucos mentales con la única novia que tuvo, con su madre, incluso con la empleada doméstica. Pero terminaba generando pena, lástima o asco.

En la infancia y adolescencia fue más víctima que victimario. Salvo para las plantas, mascotas y los viejos juguetes.

Llegando al final del secundario tuvo una epifanía. Un sueño, una certeza. Fue entonces cuando diseñó su plan maestro. Tener un objetivo, una misión, una visión, lo sosegó. Lo alejó de la senda del asesino serial fracasado. Le permitió ser una persona normal por un tiempo, acechando.

El camino fue difícil. Pero cuando la meta es clara los obstáculos no existen, se repetía Rubén. Examen tras examen. Año tras año. Hasta que llegó el momento de comenzar su última materia: la práctica profesional!

—Abra grande la boca - dijo Rubén sonriente - puede que moleste un poquito...

Encendió el torno y disfrutó.